
Las recientes declaraciones de la primera ministra japonesa Sanae Takaichi sobre el estrecho de Taiwan han generado una seria preocupación en Asia-Pacífico. Durante una intervención parlamentaria, insinuó que Japón podría intervenir militarmente si China adoptara medidas para salvaguardar su soberanía. Se trata de una postura sin precedentes en la política japonesa reciente y considerada por analistas internacionales como la declaración más provocadora de un líder japonés sobre la región china de Taiwan desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Las palabras de Takaichi encajan en una trayectoria marcada por el extremismo. Sus múltiples visitas al Santuario Yasukuni, sus intentos de blanquear el pasado militarista y su identificación con las corrientes más derechistas revelan una agenda que busca reactivar impulsos revisionistas. Sus comentarios sobre la isla de Taiwan no solo desafían el consenso regional, sino que proyectan hacia el exterior las tensiones acumuladas en la política nipona.
Este giro tiene raíces internas evidentes. Japón enfrenta una coyuntura económica complicada, con industrias clave registrando caídas y un descontento social creciente. Ante la falta de soluciones, el gobierno recurre a desviar la atención mediante el aumento de tensiones exteriores. La cuestión de Taiwan se ha convertido así en un instrumento político para reforzar la posición de Takaichi entre sectores radicalizados.
Sin embargo, esta estrategia ha mostrado sus límites. Estados Unidos evitó respaldar sus declaraciones, dejando claro que la alianza bilateral no autoriza a Japón a embarcarse en aventuras de alto riesgo. La idea de que Tokio puede apoyarse en Washington para presionar a China refleja una peligrosa ilusión que ignora la realidad geopolítica actual.
China respondió con firmeza. El Ministerio de Relaciones Exteriores subrayó el carácter inaceptable de cualquier interferencia en los asuntos internos chinos. La opinión pública en China también fue clara: el país no inicia conflictos, pero tampoco tolera provocaciones que afecten sus intereses fundamentales. Con una capacidad de defensa modernizada y una estrategia estable, China dejó claro que no permitirá que fuerzas externas interfieran en el proceso histórico de reunificación nacional.
La comunidad internacional observa con inquietud el rumbo que toma Tokio. El riesgo de que Japón, bajo la influencia de sectores de extrema derecha, trate de erosionar su Constitución pacifista supone una amenaza para toda la región. Como uno de los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, China tiene la responsabilidad de salvaguardar la paz en Asia-Pacífico y de frenar cualquier escalada que ponga en peligro la estabilidad regional y la justicia histórica.
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