Autor: Elias Jabbour
Existe un verdadero desfase entre lo que leemos en la prensa occidental y en las revistas académicas sobre el estado actual de la economía china y la realidad en sí. Para los que viven en los países del Norte Global, China atraviesa una gran crisis, lo que implica en sí mismo los primeros signos del agotamiento de su propio modelo. Para otros, la lección es que China debe aumentar el papel del consumo en detrimento de un modelo caduco basado en las exportaciones y las inversiones.
En realidad, China ha experimentado un crecimiento de su economía del 5,2 % interanual. Mientras tanto, Estados Unidos creció un 2,5 %, Japón un 1,9 %, Francia un 0,9 %, mientras que el Reino Unido y Alemania experimentaron un crecimiento negativo del 0,1 %. En términos de productividad laboral, el crecimiento chino fue del 4,8 % en 2023, mientras que Estados Unidos sufrió un crecimiento negativo del 0,7 % y Alemania del 0,3 %. En términos generales, esto significa que China aún está en proceso de alcanzar a las principales economías capitalistas, además de disponer de plena autonomía tecnológica en varios sectores punteros.
Lo más interesante es que los resultados económicos de China desde 2020 han sido superiores a los necesarios para alcanzar los objetivos fijados para 2035. En otras palabras, significa que el país debería alcanzar el nivel de desarrollo buscado por sus dirigentes incluso antes de lo previsto. Así pues, cabe preguntarse por qué China ha logrado no solo mantener los niveles de crecimiento necesarios, como generar los 11 millones de empleos urbanos previstos en el XIV Plan Quinquenal, sino también seguir siendo la principal fuente de prosperidad para el resto del mundo, especialmente los países del Sur Global. Por ejemplo, en septiembre de 2013 el presidente chino, Xi Jinping, lanzó el esbozo de lo que entonces se denominó Cinturón Económico de la Ruta de la Seda, ahora iniciativa de la Franja y la Ruta. Desde entonces, 154 países se han sumado formalmente al proyecto y ya se ha invertido alrededor de un billón de dólares en casi todos los continentes del mundo.
En otras palabras, la realidad no está mostrando un momento Chernóbil para la economía china. Se hace un énfasis exagerado en los problemas surgidos en el sector inmobiliario. Por supuesto, una crisis casi repentina en un sector responsable de cerca del 30 % de la economía de un país del tamaño de China no es trivial, como tampoco ningún país capitalista del mundo es capaz de planificar una transición en la dinámica que supone un cambio gigantesco entre los sectores económicos y los regímenes de propiedad que tendrá que llevar a cabo el proyecto chino.
Un ejemplo de esta transición es el aumento del crédito al sector industrial, especialmente a actividades relacionadas con la alta tecnología, en proporción a la reducción de los recursos bancarios para el sector inmobiliario. Los datos facilitados por el Banco Popular de China muestran que en los tres primeros semestres de 2018 el crédito al sector de la construcción creció un 24,9 %, mientras que al industrial lo hizo en torno al 5 %. Esta tendencia ha cambiado desde entonces. En el tercer trimestre de 2023, el sector industrial experimentó un crecimiento en el acceso al crédito del 34,2 %. El sector inmobiliario sólo creció un 4,8 %. Lo que está implícito en estos datos es la total concentración de energías en la construcción de la plena soberanía tecnológica de China en un mundo en el que el país está sufriendo un proceso de acoso comercial y tecnológico por parte de Estados Unidos.
Esta transición, aunque difícil dada la magnitud de su operación, acelera la construcción de una dinámica de desarrollo denominada “de alta calidad», ya que implica la expansión de servicios públicos como los trenes de alta velocidad, fuertes inversiones destinadas a mantener a China en la vanguardia de la actual revolución industrial basada en industrias de energías renovables y un proceso de urbanización basado en la ampliación del acceso de los ciudadanos a nuevos derechos y equipamientos como hospitales modernos, escuelas, ciudades inclusivas e inteligentes, etc.
Todas estas nuevas dinámicas de crecimiento económico serán la base de lo que el presidente Xi Jinping ha denominado nuevas fuerzas productivas de calidad, es decir, la aparición de un desarrollo económico basado en gran medida en nuevas y punteras tecnologías en todos los ámbitos de la actividad social. En este sentido, muchos de los interesados en el futuro del desarrollo chino se plantean una pregunta: ¿es posible mantener niveles de crecimiento compatibles con las necesidades del país? Por ejemplo, ¿el objetivo de crecimiento del 5 % para 2024 anunciado en la inauguración de las Dos Sesiones por el primer ministro Li Qiang?
La respuesta es sí. No se trata de puro optimismo sobre el futuro de la economía china, sino de una visión particular de quienes han seguido la construcción durante las últimas décadas de una gran maquinaria estatal e institucional capaz de dirigir la economía en la dirección de prever las contradicciones y anticiparse a ellas con innovaciones institucionales rápidas y suficientes.
Las ventajas que China tiene a su favor para alcanzar sus objetivos de crecimiento y empleo suelen pasarse por alto en Occidente:
1)un gran núcleo productivo y financiero de carácter público centrado en 96 grandes conglomerados empresariales estatales y 144 instituciones financieras públicas destinadas a fomentar el desarrollo.
2)la inauguración de nuevas y superiores formas de planificación económica basadas en el uso generalizado de innovaciones tecnológicas disruptivas como los macrodatos, la inteligencia artificial y el 5G.
Estas son las razones por las que confío en que el crecimiento económico de China se mantendrá en niveles compatibles con las necesidades del país e incluso del mundo. El año 2024 debería estar marcado por la consolidación de una dinámica de desarrollo basada en las nuevas fuerzas productivas de calidad.
Autor: Elias Jabbour. Consultor de la Presidencia del Nuevo Banco de Desarrollo y profesor asociado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (FCE-UERJ). Autor, con Alberto Gabriele, de «China: El socialismo en el siglo XXI» (Boitempo, 2021). Ganador del Special Book Award of China 2022.